Hélène forma parte de un grupo de insurrectos que falla en su intento de llevar a cabo un ataque armado contra la familia que ostenta el poder. Ante el fracaso de la operación, ella huye hacia el bosque tratando de salvar su vida, abandonando a sus compañeros en el proceso. En su escape se encuentra con Catherine, una aparición misteriosa que la guiará en un viaje surreal a través de la espesura del follaje. Este viaje se convierte en un trayecto introspectivo que la confronta con las decisiones que acaba de tomar, con los dilemas morales e históricos de su papel en la vida política de su comunidad, y con los cuestionamientos éticos sobre el lugar de los seres humanos en el mundo.
Esta es la premisa densa y cargada de significado que acompaña al filme de animación Death Does Not Exist (La Mort n’existe pas), del cineasta canadiense Félix Dufour-Laperrière, exhibido en la sección Quinzaine des cinéastes de la más reciente edición del Festival de Cine de Cannes. Con ilustraciones hechas a mano, que lucen suntuosas y profundamente surrealistas, la película despliega una paleta de colores onírica, que se funde con la carga filosófica y discursiva del guion en un contraste muy particular.

Este es un filme que reta al espectador a enfrentarse a las mismas preguntas que atormentan a su protagonista, en un mundo donde la naturaleza es indomable, el mundo físico se distorsiona, y donde los humanos parecemos ovejas huyendo de lobos hambrientos por respuestas. La relación entre Hélène y Catherine está envuelta en un aura mística, que explora tanto traumas personales y políticos como la búsqueda de redención en medio del colapso.
Se trata de una película animada para adultos que no teme incomodar, lanzando interrogantes que nos invitan a reflexionar sobre nuestra participación en la vida social y política. Al mismo tiempo, aprovecha la libertad expresiva de la animación para plasmar mundos interiores con una intensidad visual desbordante. El diseño de sonido, preciso pero inquietante, acentúa la sensación de desorientación y asombro constante.
Sin embargo, esta misma exuberancia técnica se convierte en una carga pesada. La película comienza a ahogarse en la sobreabundancia de imágenes, símbolos y colores, lo que puede hacer que el espectador se pierda en un bosque de preguntas y alegorías. Finalmente, parece arrinconarnos hacia una moraleja radical e inflexible. Death Does Not Exist es un recorrido ambicioso y arriesgado, que a ratos confunde y diluye su rumbo narrativo, sin dejar de ser una experiencia intensa, provocadora y visualmente inolvidable.