Crecer: ese acto violento, revoltoso y confuso por el que tenemos que pasar. Parece urgente aprender sobre la amistad, el amor, la sexualidad; llegamos a esa edad en que dejamos de ser inocentes y empezamos a ser responsables. ¿Responsables de qué, exactamente? ¿Se pierde la inocencia de golpe o se va desdibujando con cada decisión, con cada error, con cada descubrimiento?
La película Los inocentes sigue principalmente los pasos de Cara de Ángel, un niño bonito, bien portado y aparentemente tranquilo que se mueve entre pandillas y bandas de rock en Lima. Un día, Cara de Ángel comienza a sucumbir ante la presión de su grupo por demostrar que realmente pertenece a la pandilla, lo que lo lleva a involucrarse en un plan para allanar la casa de un viejo adinerado del barrio y así ganarse su credibilidad. Pero esta situación compromete su noviazgo con Gabriela, quien además es hermana del cabecilla de la pandilla, y no quiere que él se vea envuelto en problemas o actividades peligrosas. Estas dos presiones ponen al joven en un aprieto: debe elegir a qué bando complacer, todo esto mientras intenta sobrellevar los problemas que conlleva crecer y lucha por ocultar su amor platónico por Johnny, el vocalista de una de sus bandas de rock favoritas, que despierta en él impulsos que no sabe bien cómo manejar. ¡Ah! Y no olvidemos a los zombis que aparecen para perseguirlo en sus sueños.
Entre toda esta locura, dilemas y presiones, también vamos conociendo al resto de sus amigos, cada uno con sus propios retos y luchas. Y juntos arman un collage de personalidades y relaciones que remiten a épocas de rebeldía, descubrimiento y desorientación. Cuestionamientos sobre la sexualidad, la moralidad, la pertenencia y la identidad crean un crisol de situaciones tan diversas que resulta fácil conectar con al menos uno de los personajes que se presentan en pantalla.
Germán Tejada, director del filme, reimagina retazos de la novela Los inocentes del autor peruano Oswaldo Reynoso —una de las piezas más importantes de la literatura peruana— para crear esta historia entrañable que retrata el sentir de muchas generaciones, evocando sentimientos y anécdotas que cruzan fronteras y permiten así que el público se vea reflejado en este grupo de jóvenes que intentan hacer lo mejor que pueden ante las incertidumbres y acantilados que toca enfrentar a esa edad.
Esta película, de coproducción peruana y mexicana, logra capturar el espíritu underground de épocas recientes con un trabajo extraordinario de ambientación y dirección que mantiene el interés por conocer el desenlace de sus múltiples líneas narrativas. La cinta lleva al espectador por una montaña rusa de historias que van del amor adolescente al coming of age, del despertar sexual a la violencia y la precariedad, de la amistad a la construcción de la identidad. Sumando a todo esto un pequeño toque de cine de terror que es la cereza del pastel de una historia de por sí ya entrañable. La música, el vestuario, los escenarios y el diseño de producción están impregnados de una nostalgia que no busca idealizar el pasado, sino mostrarlo en su crudeza, con todas sus contradicciones.
Una mezcla de elementos que, lejos de abrumar, se presenta con inteligencia, cuidado y sensibilidad. Al salir del cine, tal vez no quede claro cuánta inocencia conservan los personajes. Pero lo que sí es seguro es que Los inocentes es una película importante, probablemente controversial, con un corazón enorme y capaz de provocar tanto reflexión como emoción. Una obra que logra captar esa energía indomable de la juventud y hacerla dialogar con los zombis que todos, en algún momento, tuvimos que enfrentar.
