Cada vez que se entra a una sala de cine, aparece esa sensación eléctrica que acelera el pulso: no saber si está por comenzar una decepción o una película que atrapará por completo y dará mucho de qué hablar.
Sabar Bonda (Cactus Pears), dirigida por Rohan Parashuram Kanawade, es una producción de la India que narra la historia de Anand, un hombre en sus treinta que regresa a su pueblo natal tras la muerte de su padre. Durante su estancia, marcada por los rituales fúnebres, enfrenta el juicio constante de vecinos y familiares que lo presionan para que explique por qué sigue soltero y sin planes de casarse. En ese entorno de tensión social y familiar, se reencuentra con Balya, quien también carga con expectativas similares. Ambos deciden, casi como un acto de desobediencia, alejarse del ambiente sofocante para pasar tiempo juntos, lejos de las exigencias externas, recordando los viejos tiempos y compartiendo los dulces frutos de reconocerse entre iguales. Con el fin del luto acercándose, se impone una realidad inevitable: deberán tomar decisiones que podrían cambiar el rumbo de sus vidas.

Aunque la sinopsis podría sugerir una historia melodramática, lo que ofrece la película es una narración honesta y contenida, basada en las vivencias personales del director. La propuesta visual se apoya en una cámara fija que observa con distancia, casi como si se tratara de una pieza documental. El guion, sutil y sin grandilocuencias, sostiene el interés a través de gestos mínimos, silencios y acciones cotidianas. A ello se suma un diseño sonoro realista y cuidadosamente registrado, que por momentos cobra el peso de un personaje más.
La combinación entre dirección sobria, ritmo contenido e intimidad emocional construye una experiencia cinematográfica delicada y envolvente. Sabar Bonda se consolidó como una de las películas más destacadas del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) en su edición número 40.
La película destaca no solo por su calidad formal, sino también por su capacidad para retratar historias de ternura, aceptación y afecto sincero. Esas que nos recuerdan que, a veces, lo verdaderamente radical es morder el fruto de la autenticidad.