Sentarnos a observar las heridas de la guerra, mirar desde las calles y las trincheras cómo se desenvuelve un conflicto armado, ser testigos íntimos de la realidad que aqueja a nuestros contemporáneos y no poder creer que, desde nuestros asientos en una sala de cine, estamos espiando lo que se ha convertido en la rutina diaria de todo un país. Esa es la experiencia esencial que provoca Militantropos.
La película, dirigida por Alina Gorlova, Yelizaveta Smith y Simon Mozgovyi, se presentó en la sección Quinzaine des Cinéastes del Festival de Cannes 2025. Filmada entre febrero de 2022 y agosto de 2024, retrata la cotidianidad durante la invasión rusa a Ucrania. Sin entrevistas ni narración, se apoya en la observación directa y en una impresionante propuesta visual para mostrar cómo la guerra se entrelaza con la vida diaria. El título mismo es clave: Militantropos, combinación del latín milit (soldado) y el griego anthropos (humano), alude a esta transformación silenciosa y constante de los individuos en medio del conflicto.

Sin pretender contar una historia lineal ni seguir a personajes específicos, las tres miradas que dirigen este filme se encargan de esquematizar y presentar, en tres partes diferenciadas, al militantropos: estos nuevos seres moldeados por la guerra. Con imágenes fijas y planos abiertos, cuadros contemplativos de escenas cotidianas, no queda más que asombrarse ante la belleza plástica de lo que se proyecta en la pantalla y el horror de la realidad que se retrata. Es una mirada tierna, paciente, que busca esperanza entre tanto peligro.
Escenas urbanas se combinan con operaciones militares; familias pasean por parques minados con trampas que buscan frenar al enemigo; tanques oxidados yacen abandonados en avenidas; un edificio arde en llamas como telón de fondo de un ciclista que pedalea apresurado hacia casa. La incredulidad permanece: no se trata de puestas en escena ni de montajes. Son imágenes reales, crudas, del presente de un país roto.
La primera parte del documental es, sin duda, extraordinaria. Sorprende con su poderosa cinematografía, prometiendo un crisol de microhistorias de una Ucrania fragmentada y resiliente. Sin embargo, a medida que el filme avanza, su propia fórmula comienza a desgastarse. La falta de una narrativa clara pone a prueba la paciencia del espectador, y la sucesión de escenas —aunque conmovedoras— empieza a perder fuerza y vitalidad. A veces repetitivas, a veces aleatorias, no terminan de comunicar del todo esa metamorfosis humana y social que el título sugiere.
Aun así, Militantropos logra ser un testimonio valiente de un tiempo devastador, una obra que no teme mirar de frente a la guerra, pero que también busca rastros de humanidad entre las ruinas. No da respuestas, pero nos obliga a hacernos las preguntas.