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Soñando con leones: dignidad, suicidio asistido y amistad en clave tragicómica – FICG40

En Soñando con leones, Paulo Marinou-Blanco presenta una comedia fantástica sobre la eutanasia y la dignidad al final de la vida. Con las actuaciones de Denise Fraga y una narrativa que mezcla absurdo y ternura, la película reflexiona sobre el derecho a elegir cómo y cuándo despedirse del mundo.

Gilda tiene miedo de morir con dolor. Ese temor se vuelve más apremiante cuando le diagnostican una enfermedad terminal y le anuncian que le queda poco tiempo de vida. Después de varios intentos fallidos de quitarse la vida por su cuenta, termina recurriendo a Joy Transition International, una organización que promete acompañar a personas en situaciones similares, ayudándoles a encontrar alegría en sus últimos días.

Es ahí donde conoce a Amadeu, un joven que trabaja en una casa funeraria y que, como ella, ha pensado en quitarse la vida. Aunque sus edades y circunstancias son distintas, ambos comparten la misma urgencia: averiguar cómo dejar este mundo con algo de dignidad.

Desde el inicio, el vínculo entre Gilda y Amadeu se convierte en el corazón de la película. Mientras participan en actividades absurdas pensadas para devolverles el entusiasmo por la vida, forjan una amistad entrañable y cómplice. No tardan en descubrir que, más allá de los juegos y las dinámicas impuestas por la organización, lo que verdaderamente necesitan es ayuda para llevar a cabo sus propios planes de suicidio. Así, en medio de una serie de peripecias y situaciones desbordadas, comienzan a luchar contra un sistema que insiste en decidir por ellos cómo deben pasar sus últimos días. Su viaje se convierte en una forma de resistencia, una búsqueda de agencia sobre sus propios cuerpos y destinos.

En Soñando con leones, el director Paulo Marinou-Blanco construye una comedia de tintes fantásticos que permite explorar el tema de la eutanasia sin caer en solemnidades. La película encuentra buena parte de su fuerza en lo visual: muchos momentos ocurren en una bodega vacía que parece simbolizar el limbo donde la protagonista está atrapada. Este espacio, que se transforma y cobra vida a través de la imaginación y las tribulaciones de la protagonista, invita al espectador a formar parte activa del juego teatral, como si también se encontrara atrapado en esa puesta en escena onírica y tragicómica.

La interpretación de Denise Fraga como Gilda es uno de los grandes aciertos del filme. Con frescura y determinación, su personaje rompe la cuarta pared en varios momentos para hablarnos directamente y llevarnos por sus recuerdos, sus sueños y sus miedos. Como narradora de su propio relato, nos introduce en una dimensión emocional en la que el humor, la frustración y la ternura se entremezclan sin esfuerzo.

Lo más valioso de la película es cómo logra que el espectador empatice con la causa de sus protagonistas, incluso cuando sus decisiones resultan radicales o moralmente incómodas. Sus fracasos y frustraciones, cuando se topan con fraudes o se enfrentan a la incomprensión del mundo que los rodea, solo afianzan su determinación y nuestro deseo de que tengan éxito. A través de su historia compartida, queda claro que, a veces, lo más doloroso no es morir, sino vivir rodeado de personas que no quieren escucharte y entenderte.

Aunque consistente durante buena parte de la película, algunos giros narrativos hacia el final de la historia pueden sentirse desconectados del tono general, incluso repetitivos o redundantes, pero igual vale la pena ser parte de esta dinámica juguetona que la película propone.

Y al final, si no prestamos atención, puede que ni siquiera nos percatemos de esos leones marinos que yacen posados con tranquilidad junto al mar, dejándose arrullar por una sinfonía de olas que susurra promesas de serenidad.

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